Vivir sin vivir es fácil.
No hay esfuerzo en dejarse ir, en
abandonarse a la suerte y al viento.
No hay resistencia a las olas, ni el menor
movimiento.
Vivir sin vivir es vivir a medias,
con la puerta entreabierta para que pase, tímida,
un poco de luz del pasillo.
Es morar en las sombras y quejarte de
ellas.
Lo difícil es vivir viviendo, prender lumbre,
avivar fuego, empujar la carga y despegar
del suelo.
Vivir viviendo, eso sí es un reto.